Antes que un iluminado con disfraz de tecnócrata y cerebro de guisante tuviese la ocurrencia de entubar el Gafos en hormigón, los chavales de los barrios próximos disfrutábamos de una guardería natural privilegiada en la que campo y río se distanciaban por unos metros de la avenida. Había pozas para el baño y, en su rivera, un gimnasio al aire libre que formaba parte del Reformatorio, actual Avelino Montero. Hablo de principios de los sesenta.
Luego, al socaire de la Seat y de Uteco la peña consideró que todo el monte era orégano y comenzó a utilizar el cauce como una cloaca. Se inició entonces una etapa larga de intenso deterioro del río que, por suerte, ha ido declinando de unos años a esta parte de la mano de la Asociación Vai polo Río y de un razonable –aunque insuficiente- esfuerzo público. Con la primera tenemos contraída todos los pontevedreses una deuda de gratitud difícilmente saldable.
Pocas capitales pueden jactarse, como Pontevedra, de tres cauces urbanos y pocas, seguramente, tendrán que avergonzarse como nosotros de haberlos maltratado tanto. Verán. Yo creo que lo más caritativo que se puede hacer con un imbécil o un cerdo es confrontarlos con su realidad. Solo así tendrán la posibilidad de redimirse. De reeducarse. Gonzalo Sancho transmitió a los medios su cabreo con la actitud de algunos. Y lo hizo con su habitual bonhomía. Con su elegancia y buena educación. A su manera. Lo hará yo a la mía. Más tosca. Hay en nuestra ciudad una inmensa minoría de jóvenes que como culminación de su solaz etílico se dedica a engorrinar el río.
A vosotros, pues, me dirijo. Marranos. A vosotros, a los que os aprovechó poco la educación que os dieron. A vosotros, que mucho dominio del ordenata y mucha leche en vinagre y todavía no habéis aprendido que lo que limpian otros con su altruismo no es de gente de bien ensuciarlo al minuto siguiente.
A vosotros, que presumís de indignados y sois incapaces de dedicar media hora de vuestro tiempo ya no digo a limpiar, sino a no contaminar. A vosotros, que os gastáis el pastuqui de vuestros padres en un polo de marca y os importa tres cojones arrojar una botella de Coca-Cola, una bolsa de plástico o un condón al río. A vosotros me dirijo, cerdos, pidiendo, eso sí, perdón a la raza porcina por la comparación. A vosotros me dirijo. Con poca fe, cierto. Pero con la remota esperanza de que llamándoos por vuestro nombre podáis cambiar.
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